Su cama acogía todo tipo de huéspedes. Era una especie de hotel de carretera, de esos que tiene un cartel de neón
(No)Vacancy. Es el problema de las literas.
Ella dormía arriba, no sé si trataba de tocar las estrellas que tanto anhelaba o si necesitaba dejar de tener los pies en el suelo por unas horas. Nunca me confesó que, allí, creía estar a salvo de ellos.
No le solía importar que viejas amigas le hicieran una visita, cuando su mente se sentía sola, siempre le amenizaban el tiempo con viejos recuerdos. El día era también ameno y divertido, con las visitas del sol entre las sábanas revueltas y la ropa desordenada.
Pero cuando el sol se arreglaba para salir de fiesta, la música cambiaba de ritmo. El cliché siniestro se dejaba oír entre la música ambiente. Las sombras se alargaban.
Nunca se había enfrentado a los monstruos. Solía dejar esta tarea a héroes de pacotilla que los dejaban atontados, nunca muertos, y con la práctica de enfrentarse a nuevas espadas cada vez eran más poderosos.
Algunas noches, arrastrándose, conseguían subir hasta su cama y le metían los dedos por la nariz y le estiraban del pelo.
Algunas noches, noche tras noche.
Una mañana se levantó con aires de heroína, se miró en el espejo y decidió que no lo iba a tolerar más.
Aquella misma tarde se compró una cama individual.